No temas, crecer no duele


Pastora Grethel Quesada grethelquesadaq@hotmail.com
De niña, solía escuchar a mi madre cargada de frustración decirle a una persona en particular: “¡Tan viejo y tan inmaduro!, ¿cuándo vas a madurar?, ¡Te vas a morir verde!”. Hoy en día, después que los años han pasado y han dejado su huella, esta frase me es más clara cada día.
Cuando hablamos de madurez, se refiere al desarrollo maduracional integral del ser humano, es decir, madurez física, emocional y espiritual. La madurez se define (según RAE) como ser una persona de juicio prudente y sensato; también como la edad de un individuo que disfruta plenamente de sus capacidades y que aún no alcanzan la ancianidad.
Cuando se habla de madurez emocional y espiritual, que es lo que nos compete hoy, se refiere a una persona que posee pensamientos y conductas sabias, objetivas e inteligentes, no infantiles. Alguien maduro se caracteriza por manejar sus emociones con éxito y tomar decisiones basado en el análisis profundo de las acciones y consecuencias de estas, no en reacciones coléricas o meramente sentimentales.
La Biblia nos dice en 1 Corintios 14:20 “Amados hermanos, no sean infantiles en su comprensión de estas cosas. Sean inocentes como bebés en cuanto a la maldad, pero maduros en la comprensión de asuntos como estos” Este pasaje nos impulsa a disfrutar la vida con la inocencia y alegría de un niñito, pero con la mente fortificada y racional de un adulto maduro.
Hoy día existe un fenómeno extraño, cada vez se ven más adultos maduros en edad que son muy inmaduros espiritual y emocionalmente. Esta situación obedece en gran parte a los grandes cambios sociales que se han dado a través de los años. La automatización, el gran desarrollo en la tecnología y la rapidez con que se hacen las cosas ahora; ha creado una generación exigente, demandante y hasta “berrinchuda“ pues todo se quiere para ¡ya! Esta conducta es muy común en los niños consentidos, sin límites y, aunque parezca increíble, también en los adultos inmaduros.
Por otra parte, el materialismo en el que vivimos, fortalece estos comportamientos pues nos impulsa a vivir simplemente para tener cosas y competir con otros, convirtiéndonos en gente frívola y poco reflexiva. Pero, ¿cómo saber si somos adultos y además maduros? Evalúate bajo estos criterios: ¿Haces rabietas cuando las cosas te salen mal? ¿Tienes poca o ninguna tolerancia a la frustración? ¿Tienes cambios de humor constantes y muy marcados? ¿No te gustan los cambios y/o te resistes a ellos? Cuando te sientes mal, ¿no entiendes con claridad qué es lo que te sucede? ¿Constantemente culpas a otros para no recibir reprimendas por tus acciones? ¿Insultas a otros frecuentemente? ¿Eres impulsivo o impaciente? ¿Eres narcisista y egoísta? ¿No posees metas en la vida o, si te las planteas, te cuesta mucho alcanzarlas porque no asumes la disciplina necesaria para conseguirlas? ¿Tus relaciones con otras personas suelen ser tóxicas o superficiales? ¿Pasas los días actuando a la defensiva y sueles negar tu responsabilidad ante las situaciones que te suceden? Espero que hayas salido airoso en este autoexamen, sin embargo, si percibiste alguna característica de inmadurez en ti, te aconsejo que hagas estos ejercicios:
1) Busca ser menos superficial, Interésate en las cosas más profundas y espirituales,
2) Encuentra el valor que tienen los momentos que no se pueden comprar.
3) Intenta ser más razonable y menos emocional, es decir, piensa más y siente menos.
4) Si tienes traumas de la niñez, busca ayuda profesional y supéralo, solo así podrás crecer.
5) No seas prejuicioso. Conoce antes de juzgar, podrías sorprenderte mucho. 6) Conoce tus emociones. Si te cuesta identificar lo que sientes, detente y pregúntate: ¿Qué es o cómo se llama esto que siento? ¿Qué me produjo esta emoción? ¿Cómo puedo controlarla? luego, cuando tengas claras las respuestas, has lo necesario para administrar sabiamente eso que sientes y actúa maduramente.
Madurar es necesario, evita que cometamos muchos errores en la vida y nos vuelve ejemplos a seguir para los más pequeños.
Créeme, la filosofía de Peter Pan que nos estimula a no crecer “nunca jamás” no es para nada funcional en la vida real.