Grethel Quesada Quesada Grethelquesadaq@hotmail.com

Dicen por ahí que no hay nada más puro que el amor de madre o de padre; bueno, o al menos eso es lo que se espera; sin embargo no siempre esto es real. Existen padres y madres con comportamientos nocivos que afectan severamente la vida de sus hijos.

La prominente psicóloga estadounidense Susan Forward describe muy bien una clase diferente de progenitores en su libro “Padres que odian”; los llama padres tóxicos. Los padres tóxicos suelen ser egoístas, narcisistas, envidia en los logros de sus hijos y los minimizan humillándolos. Algunas de sus categorías son:

 Padres demasiado exigentes (exageradamente): son muy críticos y perfeccionistas, sus hijos nunca llegan a cumplir sus expectativas y se frustran. Esto provoca sentimientos de rechazo, inferioridad y el deterioro de la autoestima de los niños. Padres manipuladores: suelen aprovechar las debilidades de sus hijos para sacar partido. Estos padres tienden a ser controladores insaciables.

 Padres Autoritarios: padres inflexibles que abusan de su autoridad sin tomar en cuenta las ambiciones de sus hijos. Muy comúnmente, esta clase de padres tiene una comunicación básica con sus hijos y crían niños dependientes y temerosos, infelices e inseguros. Éste tipo de padres suelen utilizar la violencia física para fiscalizar a sus hijos, de igual manera la agresión psicológica, emocional y verbal (los culpa de todo, los tachan de inapropiados, les  llaman inútiles, tontos, ineptos, etc). La autoestima de estos niños en seriamente dañada por la constante exposición a la agresión en cualquiera de sus facetas.

Padres críticos destructivos: señalan todo lo malo que hacen sus hijos pero muy rara vez los elogian por algo. Juzgan a sus hijos constantemente y provocan en ellos hostilidad, desconfianza y una actitud a la defensiva. Padres poco cariñosos: esos son los padres fríos  y rechazantes, los  que no suelen dar afecto y no les gusta recibirlo tampoco. Eso daña las relaciones interpersonales de sus hijos. Padres que reflejan sus frustraciones en sus hijos: algunos no son felices con sus logros y, al sentirse tan frustrados, suelen tener una actitud irritable y malhumorada todo el tiempo, situación que afecta la comunicación con sus hijos y los hace sentir no amados.

Los padres que exigen que sus hijos cumplan sus propios sueños frustrados: son padres que no pudieron lograr realizar algún sueño y preparan la vida de sus hijos para que  lo realicen por ellos, sin importar si sus niños desean o no hacerlo. Esto roba la identidad del pequeño y lo obliga a realizar actividades o estudios que posiblemente no disfrute. Padres sobreprotectores: no hay mucho que explicar en esta categoría, sólo se puede decir que crían niños inseguros, dependientes y temerosos. Por otra parte están los padres que dan mal ejemplo porque son viciosos, conductualmente inapropiados y groseros.

 Padres descuidados: padres despreocupados y negligentes que dejan que sus hijos hagan lo que quieran, cuando quieran y como quieran, no les ponen límites ni les enseñan a desarrollar hábitos saludables. Esto hace que los niños estén expuestos a todo tipo de peligros, de vicios y de amistades dañinas.

Ninguno de nosotros somos padres perfectos, pero sí debemos rectificar nuestras acciones cuando estamos cayendo en un estilo de crianza inapropiado. La Biblia dice en Efesios 6:4-5: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Educar a los hijos no es fácil y se vuelve aún más complicado si nosotros, los padres, no trabajamos primero para solucionar los conflictos internos que nos atan a condiciones emocionales decadentes. Analicemos nuestros estilos de crianza y comprometámonos a modificar cualquier actitud nociva, los hijos merecen nuestro más profundo amor y educación, no cargar con un legado emocional lleno de conflictos no resueltos. ¡Evaluémonos!, y si encontramos algún indicio de toxicidad, apliquémonos el antídoto por excelencia: aceptar mi error con humildad, mayor amor por nuestros pequeños y disposición genuina al cambio.

Veneno paternal

23 diciembre, 2018 12:06 pm

Grethel Quesada Quesada Grethelquesadaq@hotmail.com

Dicen por ahí que no hay nada más puro que el amor de madre o de padre; bueno, o al menos eso es lo que se espera; sin embargo no siempre esto es real. Existen padres y madres con comportamientos nocivos que afectan severamente la vida de sus hijos.

La prominente psicóloga estadounidense Susan Forward describe muy bien una clase diferente de progenitores en su libro “Padres que odian”; los llama padres tóxicos. Los padres tóxicos suelen ser egoístas, narcisistas, envidia en los logros de sus hijos y los minimizan humillándolos. Algunas de sus categorías son:

 Padres demasiado exigentes (exageradamente): son muy críticos y perfeccionistas, sus hijos nunca llegan a cumplir sus expectativas y se frustran. Esto provoca sentimientos de rechazo, inferioridad y el deterioro de la autoestima de los niños. Padres manipuladores: suelen aprovechar las debilidades de sus hijos para sacar partido. Estos padres tienden a ser controladores insaciables.

 Padres Autoritarios: padres inflexibles que abusan de su autoridad sin tomar en cuenta las ambiciones de sus hijos. Muy comúnmente, esta clase de padres tiene una comunicación básica con sus hijos y crían niños dependientes y temerosos, infelices e inseguros. Éste tipo de padres suelen utilizar la violencia física para fiscalizar a sus hijos, de igual manera la agresión psicológica, emocional y verbal (los culpa de todo, los tachan de inapropiados, les  llaman inútiles, tontos, ineptos, etc). La autoestima de estos niños en seriamente dañada por la constante exposición a la agresión en cualquiera de sus facetas.

Padres críticos destructivos: señalan todo lo malo que hacen sus hijos pero muy rara vez los elogian por algo. Juzgan a sus hijos constantemente y provocan en ellos hostilidad, desconfianza y una actitud a la defensiva. Padres poco cariñosos: esos son los padres fríos  y rechazantes, los  que no suelen dar afecto y no les gusta recibirlo tampoco. Eso daña las relaciones interpersonales de sus hijos. Padres que reflejan sus frustraciones en sus hijos: algunos no son felices con sus logros y, al sentirse tan frustrados, suelen tener una actitud irritable y malhumorada todo el tiempo, situación que afecta la comunicación con sus hijos y los hace sentir no amados.

Los padres que exigen que sus hijos cumplan sus propios sueños frustrados: son padres que no pudieron lograr realizar algún sueño y preparan la vida de sus hijos para que  lo realicen por ellos, sin importar si sus niños desean o no hacerlo. Esto roba la identidad del pequeño y lo obliga a realizar actividades o estudios que posiblemente no disfrute. Padres sobreprotectores: no hay mucho que explicar en esta categoría, sólo se puede decir que crían niños inseguros, dependientes y temerosos. Por otra parte están los padres que dan mal ejemplo porque son viciosos, conductualmente inapropiados y groseros.

 Padres descuidados: padres despreocupados y negligentes que dejan que sus hijos hagan lo que quieran, cuando quieran y como quieran, no les ponen límites ni les enseñan a desarrollar hábitos saludables. Esto hace que los niños estén expuestos a todo tipo de peligros, de vicios y de amistades dañinas.

Ninguno de nosotros somos padres perfectos, pero sí debemos rectificar nuestras acciones cuando estamos cayendo en un estilo de crianza inapropiado. La Biblia dice en Efesios 6:4-5: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Educar a los hijos no es fácil y se vuelve aún más complicado si nosotros, los padres, no trabajamos primero para solucionar los conflictos internos que nos atan a condiciones emocionales decadentes. Analicemos nuestros estilos de crianza y comprometámonos a modificar cualquier actitud nociva, los hijos merecen nuestro más profundo amor y educación, no cargar con un legado emocional lleno de conflictos no resueltos. ¡Evaluémonos!, y si encontramos algún indicio de toxicidad, apliquémonos el antídoto por excelencia: aceptar mi error con humildad, mayor amor por nuestros pequeños y disposición genuina al cambio.