Jack Ewing

El día 13 de diciembre 1970, cuando mi esposa Diane, mi hija Natalie y yo acompañados por 37 cabezas de ganado, bajamos del avión DC6 en el Aeropuerto Internacional El Coco (SJO), pensamos que nuestra experiencia en Costa Rica iba a ser por cuatro meses; la duración de mi contrato de trabajo. Nunca imaginamos que el día 13 de diciembre de 2020 celebraríamos 50 años de vivir en el país.

Ese día llegamos a un país del “tercer mundo” con una población de menos de dos millones de habitantes. El Banco Central contaba con reservas de menos de un millón de dólares. El tipo de cambio era ¢6.63 colones por $1.00 dólar. Recuerdo que una “bolla” de pan costaba ¢0.50 céntimos, el billete más grande era de ¢1000 colones, y para hacer una llamada local por un teléfono público era necesario meter una moneda de una “peseta” ¢0.25, en la ranura.

Mi trabajó era cuidar el ganado que nos acompañó en el vuelo hasta que mi patrón lograra venderlo. Eran vacas de cría y toros sementales de varias razas. Conocí Guanacaste, y San Carlos durante los cuatro meses del contrato. Luego trabajé con una empresa exportadora de carne, administrando una finca ganadera en la zona Atlántica. Viajar todas las semanas entre la finca cerca de Siquirres y la familia en San José por ferrocarril siempre era una aventura: descarrilamientos, derrumbes, trabajos en la línea y otros atrasos eran comunes. Cuando nació nuestro hijo John Christopher, yo llegue tarde debido a un atraso del tren y Diane tuvo que manejar el carro hasta la Clínica Santa Rita sola. Gracias a Dios llegó a tiempo.

Mi primera visita a la zona sur fue en 1972. Mi patrono había tomado en arriendo la Hacienda Barú para el engorde de ganado y a mí me dio la tarea de administrarla, además de la finca en el Atlántico que era más grande y ocupaba la mayor parte de mi tiempo, pero siempre visitaba la hacienda un par de veces por mes para revisar el ganado y pagar a los trabajadores. Desde un principio me encantó la zona, la gente, las fincas, la playa y la naturaleza.

Un día en la tarde cuando estaba en la hacienda un Land Rover salió de la carretera y entró hasta la casa. Salí para ver quien había llegado y mi gran sorpresa fue cuando Don Pepe Figueres bajó del carro. Dijo que estaba trabajando con unos vecinos en un proyecto de reforestación y quería conocer a los demás vecinos.

Tomamos un café y conversamos un buen rato. Nunca me imaginé que iba a conocer cara a cara un expresidente de Costa Rica, mucho menos el famoso Don Pepe. Con el tiempo llegué a saber que los presidentes de la república hacen visitas a todas partes y conocen una gran porción del pueblo. Después de esa memorable tarde tuve el gran honor de dar la mano a nueve presidentes y un ex presidente más.

También conocí al entonces dictador de Panamá Manuel Noruega. Costa Rica es un país pequeño y todo el mundo se conoce.

Los dueños de Hacienda Barú eran un grupo de inversionistas de los EEUU, y en el año 1976 me hicieron una oferta para trabajar directamente con ellos a tiempo completo y una participación en la empresa. Acepté la oferta y el año siguiente Diane, Natalie y Chris se mudaron de San José a Hacienda Barú. Fue un cambio grande y difícil para ellos, pero al final de cuentas se adaptaron a la vida en el campo y hoy atesoran la experiencia.

En octubre de 1988 cuando las lluvias provocadas por el huracán Juana dejaron Dominical y otras comunidades costeras aisladas de San Isidro y Quepos, yo estaba afuera del país y Diane se encontraba sola. Ella era radio aficionada y logró establecer contacto con la CNE. La nombraron encargada del área de Matapalo hasta Uvita y ella organizó las comunidades y juntos enfrentaron todos los retos que trajo Juana. Llovió parejo durante seis días y dejó más de un metro de precipitación.

Para mí la mejor parte de Hacienda Barú era la naturaleza. Me encantaba andar en la selva y el manglar donde conocí mucha vida silvestre. A principios de los 80 Diane y yo servimos en la junta directiva de la organización ambiental ASCONA y en el año 1987 participamos en la fundación del grupo ambientalista local Amigos de la Naturaleza (ASANA)).

El año 1979 marcó el inicio de la transformación de Hacienda Barú, desde una finca ganadera hasta una reserva natural, y el proceso de regeneración de ecosistemas naturales ha continuado hasta el presente. A principios de los 90, el señor Steve Stroud compró la parte de mis antiguos socios. De una vez vendimos todo el ganado, logramos la declaratoria de Refugio Nacional de Vida Silvestre para Hacienda Barú y empezamos el negocio del turismo ecológico.

El tan esperado desarrollo de la zona comenzó en 1982 con el inicio de la construcción del tramo de la costanera sur entre Dominical y Puerto Cortés. Luego vino la construcción del puente sobre el río Barú, construcción de la red eléctrica, la construcción de los puentes entre Dominical y Quepos y la apertura de Bomba El Ceibo. En el 96 dimos la bienvenida a la red telefónica y en 2010 el presidente don Oscar Arias inauguró la costanera sur.

Hoy, en el año 2020, Costa Rica no es del tercer mundo, sino es un país en proceso de desarrollo. La población supera los cinco millones. El Banco Central cuenta con reservas de más de siete mil millones de dólares. El tipo de cambio ha subido hasta ¢600 colones por $1.00 dólar. Una “bolla” de pan cuesta más de ¢1000 colones, el billete más grande es de ¢50,000 colones y para hacer una llamada telefónica simplemente saca su smartphone de la bolsa y tiene acceso a todo el mundo.

Este mes de diciembre estamos celebrando 50 años en este maravilloso país. Nunca nos hemos arrepentido de nuestra decisión de habernos quedado.

50 MARAVILLOSOS AÑOS EN COSTA RICA

30 diciembre, 2020 10:10 am

 Jack Ewing

El día 13 de diciembre 1970, cuando mi esposa Diane, mi hija Natalie y yo acompañados por 37 cabezas de ganado, bajamos del avión DC6 en el Aeropuerto Internacional El Coco (SJO), pensamos que nuestra experiencia en Costa Rica iba a ser por cuatro meses; la duración de mi contrato de trabajo. Nunca imaginamos que el día 13 de diciembre de 2020 celebraríamos 50 años de vivir en el país.

Ese día llegamos a un país del “tercer mundo” con una población de menos de dos millones de habitantes. El Banco Central contaba con reservas de menos de un millón de dólares. El tipo de cambio era ¢6.63 colones por $1.00 dólar. Recuerdo que una “bolla” de pan costaba ¢0.50 céntimos, el billete más grande era de ¢1000 colones, y para hacer una llamada local por un teléfono público era necesario meter una moneda de una “peseta” ¢0.25, en la ranura.

Mi trabajó era cuidar el ganado que nos acompañó en el vuelo hasta que mi patrón lograra venderlo. Eran vacas de cría y toros sementales de varias razas. Conocí Guanacaste, y San Carlos durante los cuatro meses del contrato. Luego trabajé con una empresa exportadora de carne, administrando una finca ganadera en la zona Atlántica. Viajar todas las semanas entre la finca cerca de Siquirres y la familia en San José por ferrocarril siempre era una aventura: descarrilamientos, derrumbes, trabajos en la línea y otros atrasos eran comunes. Cuando nació nuestro hijo John Christopher, yo llegue tarde debido a un atraso del tren y Diane tuvo que manejar el carro hasta la Clínica Santa Rita sola. Gracias a Dios llegó a tiempo.

Mi primera visita a la zona sur fue en 1972. Mi patrono había tomado en arriendo la Hacienda Barú para el engorde de ganado y a mí me dio la tarea de administrarla, además de la finca en el Atlántico que era más grande y ocupaba la mayor parte de mi tiempo, pero siempre visitaba la hacienda un par de veces por mes para revisar el ganado y pagar a los trabajadores. Desde un principio me encantó la zona, la gente, las fincas, la playa y la naturaleza.

Un día en la tarde cuando estaba en la hacienda un Land Rover salió de la carretera y entró hasta la casa. Salí para ver quien había llegado y mi gran sorpresa fue cuando Don Pepe Figueres bajó del carro. Dijo que estaba trabajando con unos vecinos en un proyecto de reforestación y quería conocer a los demás vecinos.

Tomamos un café y conversamos un buen rato. Nunca me imaginé que iba a conocer cara a cara un expresidente de Costa Rica, mucho menos el famoso Don Pepe. Con el tiempo llegué a saber que los presidentes de la república hacen visitas a todas partes y conocen una gran porción del pueblo. Después de esa memorable tarde tuve el gran honor de dar la mano a nueve presidentes y un ex presidente más.

También conocí al entonces dictador de Panamá Manuel Noruega. Costa Rica es un país pequeño y todo el mundo se conoce.

Los dueños de Hacienda Barú eran un grupo de inversionistas de los EEUU, y en el año 1976 me hicieron una oferta para trabajar directamente con ellos a tiempo completo y una participación en la empresa. Acepté la oferta y el año siguiente Diane, Natalie y Chris se mudaron de San José a Hacienda Barú. Fue un cambio grande y difícil para ellos, pero al final de cuentas se adaptaron a la vida en el campo y hoy atesoran la experiencia.

En octubre de 1988 cuando las lluvias provocadas por el huracán Juana dejaron Dominical y otras comunidades costeras aisladas de San Isidro y Quepos, yo estaba afuera del país y Diane se encontraba sola. Ella era radio aficionada y logró establecer contacto con la CNE. La nombraron encargada del área de Matapalo hasta Uvita y ella organizó las comunidades y juntos enfrentaron todos los retos que trajo Juana. Llovió parejo durante seis días y dejó más de un metro de precipitación.

Para mí la mejor parte de Hacienda Barú era la naturaleza. Me encantaba andar en la selva y el manglar donde conocí mucha vida silvestre. A principios de los 80 Diane y yo servimos en la junta directiva de la organización ambiental ASCONA y en el año 1987 participamos en la fundación del grupo ambientalista local Amigos de la Naturaleza (ASANA)).

El año 1979 marcó el inicio de la transformación de Hacienda Barú, desde una finca ganadera hasta una reserva natural, y el proceso de regeneración de ecosistemas naturales ha continuado hasta el presente. A principios de los 90, el señor Steve Stroud compró la parte de mis antiguos socios. De una vez vendimos todo el ganado, logramos la declaratoria de Refugio Nacional de Vida Silvestre para Hacienda Barú y empezamos el negocio del turismo ecológico.

El tan esperado desarrollo de la zona comenzó en 1982 con el inicio de la construcción del tramo de la costanera sur entre Dominical y Puerto Cortés. Luego vino la construcción del puente sobre el río Barú, construcción de la red eléctrica, la construcción de los puentes entre Dominical y Quepos y la apertura de Bomba El Ceibo. En el 96 dimos la bienvenida a la red telefónica y en 2010 el presidente don Oscar Arias inauguró la costanera sur.

Hoy, en el año 2020, Costa Rica no es del tercer mundo, sino es un país en proceso de desarrollo. La población supera los cinco millones. El Banco Central cuenta con reservas de más de siete mil millones de dólares. El tipo de cambio ha subido hasta ¢600 colones por $1.00 dólar. Una “bolla” de pan cuesta más de ¢1000 colones, el billete más grande es de ¢50,000 colones y para hacer una llamada telefónica simplemente saca su smartphone de la bolsa y tiene acceso a todo el mundo.

Este mes de diciembre estamos celebrando 50 años en este maravilloso país. Nunca nos hemos arrepentido de nuestra decisión de habernos quedado.

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