LA EXTINCIÓN ES PARA SIEMPRE

Por Jack Ewing
Una vez abundante en la zona sur y ahora en vías de extinción, el Chancho Cariblanco (Tayassu pecarí), también conocido como el Chancho de Monte, era un animal perseguido rigurosamente por los cazadores hasta que lo eliminaron de la mayor parte de la zona.
La familia Espinosa fueron los primeros pioneros de la zona alrededor del pueblo de Hatillo de Aguirre. En el año 1948 ellos sabían que el resto de Costa Rica estaba luchando y sufriendo las consecuencias de una sangrienta guerra civil, pero eso a ellos no les interesaba. Solamente querían trabajar sus fincas. La guerra era de otros. Un día les llegó la noticia de que venían unos soldados para Hatillo pero no sabían si eran los de Don Pepe o los del gobierno. Lo que si sabían con seguridad es que los soldados llevarían a todos los hombres y muchachos a la fuerza y les obligarían a pelear, y que algunos de ellos no regresarían a la casa. El jóven Lencho, quien me contó esta historia, tenía 16 años, una edad ideal para carne de cañón y eso es lo que buscaban los soldados. Los hombres Espinosa decidieron irse para la montaña para esconderse de los soldados. El grupo consistió en Lencho, sus hermanos Pablo, Primo y Gustavo, su primo Serafín, y sus tíos Marvin y Carmen. Caminaron dos días muy adentro de la selva hasta un lugar que se llama Dos Bocas donde acamparon durante un par de semanas y se dedicaron a la cacería. Todos los Espinosas eran cazadores y lo que más cazaban era el chancho cariblanco. En Dos Bocas había muchos, pero cerca de la costa donde vivían eran escasos. Más que la carne, les encantaba la emoción de la caza.
Un día en la mañanita salieron Lencho y su tío Marvin hacía un lugar que se llamaba “Las Nubes” a probar la suerte. A media mañana encontraron el rastro fresco de una manada grande de chanchos, huellas en el barro, escarbaderos, bañaderos, plantas majadas, y el desagradable olor de chancho. Se apuraron y lograron alcanzar la manada unos 45 minutos más adelante.
“Carambas,” exclamó Marvin, “Que montón. Hay por lo menos 100.” Una chancha grande les volvió a ver, amenazó cabeceando y haciendo un “clak clak clak” con los dientes. Marvin la tiro con la escopeta 28. Con el disparo se espantaron los mas cercanos. “Quedate aquí” dijo Marvin. Saque las tripas de esta. Voy a ver si mato otro.”
Lencho no tenía arma, ni un verdadero cuchillo, solamente un pedazo de machete con la manilla y la hoja quebrada, pero era suficiente para destazar la chancha. Vio que ella todavía movía y le cortó la garganta para desangrarla. Desde atrás escuchó un “tump, tump” y rápidamente dio vuelta. Se encontró cara a cara con un jaguar. El gran gato quedó mirándolo por encima de un gran tronco de un árbol caído con una enorme mano cada lado de la cabeza. “Tump, tump”, otra vez golpeo el tronco hueco con las manos. Intuitivamente Lencho entendió que el tigre estaba interesado en la chancha y no en él. En ese momento sonó en la distancía otro disparo del 28 de tío Marvin. El jaguar volvió la cabeza hacia el sonido, pausó un segundo y desapareció. Dice Lencho que en ningún momento sintió miedo sino solamente asombro y admiración por el poder y belleza que lucía el gran gato.
Cuando regresaron a la casa los soldados habían venido, pero cuando encontraron solamente mujeres y niños se fueron. Todos los hombres estaban muy felices con la excursión de cacería exitosa. Trajeron tanta carne seca, curada con humo y sal, como podrían portar sobre los hombros. En ese tiempo los Espinoza jamás hubieran creído que después de pocos años los chanchos de monte estarían extintos en toda la zona.

Cuando Don Braulio Jiménez llegó a la zona sur en el año 1941 todavía habían unos pocos chanchos de monte en los bosques cerca de la costa. En 1959 fue a vivir y trabajar en Líbano, cerca de Platanillo, y no encontró chanchos. Un vecino le contó que dos años atrás quedaron siete y que él y un amigo los persiguieron hasta un lugar donde quedaron arrinconados y mataron todos uno por uno. “Que lástima,” le dijo Braulio. “Por que mataron todos? Solamente uno va a comer”.
Podemos estimar con bastante confianza que mataron el último chancho de monte en la zona costera donde hoy se conoce como el Corredor Biológico Paso de la Danta, más o menos en el mismo año que mataron la última danta, 1957.
Ya por los 70 y 80 el único lugar en toda la zona sur donde todavía quedaron bastantes cariblancos era en la Peninsula de Osa. A mediados de los 90 escuchamos cuentos y rumores de cazadores profesionales que llevaron clientes a la Península de Osa a cazar jaguares y chanchos con armas pesadas y que las poblaciones de ambas especies sufrieron graves pérdidas. En 2004 yo andaba en Osa y conocí a unos estudiantes de la UCR que estaban llevando a cabo una investigación con la ayuda de cámaras trampa. Dijeron que hace tiempo no habían captado fotos de los chanchos. No he podido averiguar con certeza como queda la población en Osa hoy en día, pero dicen que todavía hay algunos. También se sabe que todavía se encuentran unos cuantos en dos lugares afuera de la zona sur.
Conozco un biólogo quién tiene alrededor de 80 cámaras trampa en varios lugares en la zona sur. Él me ha regalado fotos de varias especies amenazadas tales como dantas, jaguares, cabritos y hasta el perro vinagre, una especia nueva en Costa Rica, pero dice que durante los ocho años que ha trabajado con cámaras nunca ha captado una foto de un chancho cariblanco.
Es una gran lástima, pero creo que a corto plazo va a desaparecer el último chancho de monte de todo el país. Y la extinción es para siempre.