La transacción.

Literatura Regional
Autora: Selene Jiménez
8 a.m. Una llamada rompe el silencio.
- ¿200 gramos para mañana? Es un pedido grande y riesgoso, necesito una semana.
- Bueno, una semana y ni un día más, en esto el tiempo es primordial. Dijo la voz al teléfono.
- Lo sé, lo entiendo. Ya sabes cuál es mi precio, lo tendrás en el lugar de siempre.
A la mañana siguiente partí en busca de mi proveedor. Una finca allá por El Ceibo de Buenos Aires. Después de batir mucho barro con mis botas, llegué al lugar. El producto era de primera. Lo escondí entre mis ropas y regresé. Todo el camino vine rogando que no existieran retrasos, que ningún oficial nos detuviera, que todo transcurriera con normalidad.
Al llegar a casa, quité una tabla del piso y lo escondí. Me era difícil dormir cuando tenía mercancía en la casa. Muchas veces soñaba con la policía, rompían mi puerta y me sacaban desnudo de la cama, veía las esposas y el llanto de los míos y me despertaba sobresaltado diciéndome que era la última vez que lo haría.
El día de la entrega llegó. Confirmé el contacto, adherí el paquete a mi cuerpo, respiré profundo, calmé mi miedo. Subí al bus y me bajé en el parque. Dos policías pasaron a mi lado, sudé frío, palidecí un poco, seguí caminando. Una voz me habló por la espalda:
- ¡Ey, usted!
Era el policía. Una gota de sudor recorrió mi espalda.
- Sí. Dije.
- ¿Es Juan Castaña?
- Sí señor. Quería salir corriendo.
- Soy su admirador. ¿Me regala una foto con usted?
- Sí, claro. Nos pusimos en la clásica pose de selfie. Dentro de mí, sólo decía: que no sienta el paquete. Casi no podía respirar.
- Muchas gracias. Dijo, con una enorme sonrisa.
- Con mucho gusto. Dije, y apreté el paso.
Caminé dos cuadras sólo para ver si me seguían y me devolví por otra calle. Llegué a los baños de la iglesia, entré a orinar, al salir pagué los ₡300 y entregué el paquete. La dulce viejecita lo tomó y lo metió en su delantal blanco.
Al salir me topé con un hombre de gruesa barba que, casi estoy seguro que era mi comprador, que por la tardanza y por primera vez nos habíamos visto las caras.
Ahora a esperar, a despistar. Di varias vueltas por el parque. Tomé un té calmante con dos cucharadas de culpa, conversé con unas señoras, di algunas direcciones a los viajeros y después volví al orinal, miré a la viejita a los ojos, pagué con ₡2000 y junto con el vuelto venía mi pago: 200 gramos del mejor y más valioso maíz amarillo.
Hace muchos años que nos robaron nuestras semillas, pero nosotros los rebeldes, seguimos produciendo, seguimos truequeando en un mercado ilícito. Seguimos protegiendo nuestras Semillas Criollas en nuestro “mercado negro” de gente que resiste.
Tal vez algún día la policía llegue, pero no será hoy.
FIN
El cuento está inspirado en la vivencia que experimentarían los campesinos de ser aprobado el Expediente 16.098 “Ley para la Promoción y Desarrollo de la Producción y comercio de semillas” el cual ya estuvo y fue archivado en la Asamblea Legislativa. Nunca permitamos que el trabajo más digno se vea perjudicado por los grandes intereses de los cultivos transgénicos.