PERSONAS POR SU EJEMPLO COMUNAL Don José Vicente Mata Arce y doña Dora Espinoza Porras, ambos de grata memoria

Escribe Luis Enrique Arce Navarro
(Escritor, Premio Nacional de Educación)
Ya casi se cumplen 80 años de que esta pareja de personas ingresaron a San Isidro de El General. Él con el oficio de microbiólogo, ella con vocación humana de comadrona. Lo notable de esta familia radica en varios aspectos que la hizo sobresalir los años que vivieron en Pérez Zeledón, y ese distinguirse se da por los beneficios y contribuciones que dieron a la salud comunitaria generaleña. Siempre estuvieron atentos a hacer valer la salud como un derecho.
De sus progenitores, Zaida Mata Espinoza dice:

“Papá y mamá ingresaron en 1941 y lo hicieron a pie por los trillos que había, en ese entonces, de Dominical a San Isidro. A papá lo nombró en el puesto de salubridad el presidente Rafael Ángel Calderón Guardia, del cual fue bastante amigo, por la cercanía de mi papá con Teodoro Picado Michalski. Mi mamá, a corta edad, se desempeñó en el hospital de Grecia. Ella no era partera en ese hospital, no recuerdo bien si trabajó ahí como conserje o ayudante de algo. Decía ella que ahí fue donde observando partos, aprendió a ayudar a las señoras en esa labor. Yo no sé cómo hacía papá, que hasta curó algunos casos de epilepsia en la familia.” (Conversación personal, 23 de agosto 2019)
Zaida dice que su padre hacía el diagnóstico en relación a microbios en los humanos. También revisaba con un procedimiento bastante limitado, en relación con la tecnología actual que goza un profesional en esa área. Su trabajo fue similar al de un microbiólogo, sin embargo se lo llamaba (en ese tiempo) bacteriólogo. En dos aspectos que podía confiar, el paciente asistido por don Vicente, era en la calidad humana de quien lo trataba y el servicio profesional que recibía.
Don Vicente leía apasionado temas de salud, sobre todo los que su trabajo le demandaba. Se siente muy complacida Zaida al darse cuenta cómo valora la gente, de aquel pasado reciente, la gestión por la salud que cumplieron doña Dora y don Vicente. Cuenta que su padre estuvo entre primeros líderes en la promoción del uso de la letrina en los hogares. En Salubridad Pública se hacían entregas de letrinas a los pobladores quienes en sus casas usaban medios no adecuados para depositar las excretas.
El uso desagradable del mal hábito de evacuar defecas usando predios o cafetales, trillos o potreros, hacía que los niños y adultos tuvieran microbios atentando contra su salud. Era común las amebas, tricocéfalos, taenia saginata (solitaria) y tantos microbios y bacterias perjudiciales, que provocaban quebrantos de salud, en casos hasta la muerte. La desnutrición por parasitosis fue común.
De los grandes “soldados” contra la parasitosis, es el uso de zapatos. A la Costa Rica pobre del medio siglo XX, se empezó a calzar en la gestión política presidencial del Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944), con la ayuda de su padre Dr. Rafael Ángel Calderón Muñoz, ambos beneficiaron al país con sus políticas sociales generosas.
A don Vicente Mata le favoreció la amistad con los Calderón (padre e hijo) y sobre todo con Teodoro Picado Michalski (Presidente 1944-48) que también socorrió al pueblo. Don Vicente cruzó el cerro de la muerte, (ya en uso la Carretera Interamericana) con cajas de zapatos para niños y adultos descalzos, pertenecientes a familias pobres. Don Vicente Mata ayudó al pueblo sin tener puesto político mediador de gestión.

En tanto don Vicente se ocupaba de su trabajo, doña Dora hacía lo propio con la atención de partos a mujeres del cantón. Lo hacía en su casa (Hoy día, 50 mts. este de las Oficinas de MSP). Por el mismo servicio se trasladaba a distintos puntos distritales; en la cercanía se desplazaba a pie. Si la señora a atender vivía lejos, doña Dora se trasladaba por los medios que le ofreciera el interesado, generalmente el esposo de la pronta madre.
Mamá llego a tener 12 o 15 mujeres en espera, aquí en la casa. Para nosotros era un asunto común, no había ninguna malicia, tampoco nos incomodaba. Las señoras parían normalmente, sin quejidos o pujidos que llamaran la atención. Hubo un caso de una familia de Miravalles que todos los 18 hijos que tuvo la señora, los parió aquí con la ayuda de mamá en la atención. Nunca hubo complicaciones en alguna paciente (Mata E. Zaida. Ibídem.)
La vocación de ayuda, el entusiasmo por servir sin el mayor interés económico, marca a la persona con el sello de calidad humana. El conocimiento de doña Dora lo aprehende de la experiencia. Ella no estuvo en ningún centro de estudio, tampoco hizo cursos de aprendizaje o asesorías de amaestramiento, todo lo hizo por la gran intuición que la Naturaleza la dotó.
De sus hijos, doce en total, quedan dos mujeres vivas: Zaida y Flor, la mayor de las mujeres. Esta familia que radicó por tantos años en San Isidro de El General, siempre la atendió el deber de servir, el amor por servir y dar sin la intención de recibir.
Numerosas familias del siglo pasado recuerdan a doña Dora. Mi madre Julia, la rememora con satisfacción porque supo tratarla en el momento de mi nacimiento. También digo de mi experiencia como padre: el nacimiento de mi hijo mayor Mauricio en 1973, se lo confiamos a ella. A finales de los años noventas (S. XX), la recuerdo, -ya entrada en edad- con limitaciones de desplazamiento físico, ahí en la puerta de su casa en silla de ruedas, saludando a la gente del pueblo que tanto la distinguió con cariño.