Los Tejidos de Algodón, poesías silenciosas en la cultura indígena boruca

Uriel Rojas Rojas
urieldecurre@gmail.com
El arte textil del algodón son enjambres de poesías silenciosas que desde tiempos inmemoriales tejen la historia indígena boruca.
Esta cultura, acentuada en el Pacífico Sur de Costa Rica, está representada por dos territorios ancestrales llamados Boruca y Rey Curré.
El algodón es cosechado en pocas matas que se siembran en los alrededores de los patios de las casas, los cuales cuidan con bastante atención.
Todo este trabajo es realizado especialmente por manos femeninas quienes son las especialistas en este delicado trabajo artesanal. Son muy pocos los varones que participan o tienen la habilidad de este arte, excepto para teñir.
Cada capullo produce hasta cuatro semillas cubiertas por el valioso algodón que las mujeres borucas desmotan, lo hacen en forma de hojas, lo atan al huso y lo empiezan a hilar.
Todas las herramientas utilizadas durante este proceso son completamente rudimentarias, lo hacen de materiales de su entorno, especialmente de madera, de hule y de la corteza del pejibaye. Sus manos son máquinas procesadoras del textil.
Tejer tiene un profundo sentido social: ha sido y sigue siendo un emblema de la identidad individual y colectiva de este grupo ancestral a lo largo de los siglos.
De los seis pueblos indígenas que existen en Costa Rica, sólo la cultura boruca mantiene el cultivo, hilado, teñido y tejido del algodón.
A través de los hilos, las mujeres borucas tejen la historia de su pueblo y este arte, que implica un cúmulo de saberes ancestrales, es transmitido a sus hijas, de generación en generación.
Teñir el hilo es una de las fases más complejas e interesantes de este proceso del tejido. Las hiladoras deben apegarse a las reglas naturales fijadas por sus antepasados.
De acuerdo a la leyenda boruca, fue la luna quien enseño a sus ancestros a teñir el algodón. Y para eso les dejó muchos árboles cuyas cortezas, raíces, hojas, tallos y frutos son los proveedores del tinte natural.
La tierra les dio el barro y a ese fin se le unió el mar quien en su inmensa bondad les regaló el múrice, un caracol marino cuyo color púrpura es tan llamativo y único que hasta los conquistadores españoles se quedaron asombrados.
Es tanto el respeto que las borucas le tienen al mar, que le llaman “la madre mar” y cada verano en cuarto menguante junto a sus familiares van hasta las costas para teñir sus hilos de algodón.
Este viaje al mar es todo un ritual, una ceremonia ancestral en donde se conjugan los astros y las mareas para ofrecerles el múrice, el color preferido de las tejedoras borucas. Es la semana del reencuentro con el mar.
De acuerdo a las creencias de esta cultura, el varón sólo puede teñir el hilo de su esposa. Aseguran que la naturaleza tiene su moral, todo palpita vida y con esto no se juega.
Extraer el líquido acuoso de estos moluscos no es tarea fácil, los hombres poco a poco se deslizan sobre las rocas, recogiendo caracoles para teñir las madejas preparadas.
Y regresan a sus tierras a tejer. La producción de los tintes naturales a base de los árboles se combina con el color del múrice y les da un realce, el tono alegre que ningún otro color le da al tejido, y así felices, las tejedoras de algodón nutren su arte, y de paso continúan alimentando la cosmogonía de su propia cultura.
- Cosechan el algodón
- Lo hilan
- Lo tiñen
- Teñor con múrice
- Lo urden
- Tejen el algodón
Sobre el autor: Uriel Rojas R. es indígena boruca de la comunidad de Rey Curré. Investiga y publica de manera independiente artículos asociados a temas culturales, sociales y políticos de los sectores indígenas y campesinos del cantón de Buenos Aires.
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