UN VUELO NO COMÚN A COSTA RICA – por Jack Ewing

- Lista de Pasajeros: 37 Vacas y 3 Personas
Hoy en día todo el mundo sabe que Costa Rica es un país centroamericano que se encuentra entre Panamá y Nicaragua, pero hubo un tiempo cuando mucha gente lo confundía con Puerto Rico. Una vez cometí ese mismo error; no me imaginaba que a final de cuentas viviría aquí durante la mayor parte de mi vida.
En mi trabajo, en mi capacidad de dueño de Hacienda Barú Lodge, conozco mucha gente, y a menudo me preguntan: “¿Cuánto tiempo tiene de vivir aquí?”
“Cuarenta y ocho años.” Digo.
“Wow, ¿qué hizo? ¿Vino de vacaciones y se quedó?”
“Pues no, así no fue la cosa.”
Llegué a Costa Rica en 1970 y mis razones para venirme no tenían nada que ver con vacaciones, conservación de la naturaleza, ni turismo ecológico. En ese tiempo era ganadero. Recién graduado de Colorado State University con un título en producción ganadera empecé a trabajar con mi padre, pero me di cuenta que trabajar con mi padre sería un poco difícil o casi imposible. Por fin fui a administrar una finca ganadera en Ontario, Canadá. A final de cuentas descubrí que trabajar con el nuevo patrón era igual de difícil que trabajar con mi padre. En ese tiempo no pensaba que mi propia falta de madurez era una gran parte del problema, pero eso es otra historia. No importa quien tenía la razón, decidí que había llegado el momento de buscar un nuevo trabajo.
La llamada telefónica que fue el presagio del futuro de mi vida, llegó una noche durante la cena; “Estoy exportando más o menos 150 cabezas de ganado a Costa Rica,” dijo la voz de un señor llamado Ken Allen. “Vamos a enviarlos a Miami por camión y de ahí van en avión.
“¿Costa Rica?” replique, “¿Verdad que es una isla en el Caribe?”
“No, no,” se rio, “Costa Rica es un pequeño país en Centroamérica, al norte de Panamá. De todas formas, lo que yo necesito es una persona con su capacidad y experiencia para cuidar el ganado y mantenerlo en buen estado de salud hasta venderlo; calculo cuatro meses; puedo ofrecerle trabajo durante ese tiempo, pero después de eso no le prometo nada.”
Mi esposa Diane y yo conversamos sobre la oferta y decidimos aceptar. No estábamos contentos en el trabajo actual y conocer Costa Rica nos pareció una experiencia interesante. El día siguiente regresé la llamada a Ken y le dije que aceptaba la oferta con la condición de que Diane y nuestra hija, Natalie me pudieran acompañar. Quedamos de acuerdo.
Nos mudamos a una casa en la finca de Ken y empezamos a vacunar, desparasitar y preparar el ganado para el viaje. En los primeros días de Diciembre, los primeros 37 animales salieron en un camión para Miami. Un día después, con un metro de nieve en el suelo, Ken, Diane, Natalie y yo fuimos al aeropuerto en Toronto y abordamos un vuelo para el mismo lugar.
Cuando arribamos a Miami, el ganado estaba encerrado en la estación internacional de cuarentena donde quedarían durante tres días de exámenes. Si todo salía bien se certificarían libre de enfermedades contagiosas y aprobado para exportación. Nos quedamos en un hotel cerca del aeropuerto. El día siguiente Ken salió para Costa Rica en un vuelo comercial. Nosotros nos quedaríamos hasta que el ganado saliera de cuarentena y volaríamos en el mismo avión con ellos. Nos pareció como un vacilón.
El día siguiente, 12 de Diciembre de 1970, era el cuarto cumpleaños de Natalie. Lo celebramos en el hotel. El personal del restaurante trajo un queque de chocolate con cuatro candelas y todos cantamos Feliz Cumpleaños. Luego fuimos a dormir. Mañana sería un día de mucho trabajo.
La empresa de carga aérea tenía solamente un avión, un DC-6. Los dueños y tripulación eran cubanos exiliados. El piloto y su esposa, ambos hablaban inglés básico, nos recogieron a las 4:00 AM. De camino al aeropuerto pasaron por una soda de 24 horas para comprar pan dulce y café. El ganado ya estaba en el avión cuando llegamos.
El DC-6 fue diseñado originalmente como un bombardero para el uso en la segunda guerra mundial, pero faltaba poco para entrar en servicio cuando terminó la guerra. Es un avión de cuatro motores con propelas con una velocidad crucero de aproximadamente 500 kph y una altitud máxima de 7600 pies. Podría llevar una carga máxima de 18.000 kilos.
“¿Cómo nos montamos en el avión?” preguntó Diane. “No veo ninguna rampa.”
Miré el avión. “Supongo que subimos aquella escalera a la puerta de la cabina.”
La esposa del piloto nos ofreció algo del café y pan que había comprado. Luego nos llevó al avión. Sostuvo la escalera mientras Diane subió. El copiloto subió con Natalie y la entregó a Diane que la esperaba con los brazos abiertos. Yo subí de último.
El ganado, 37 cabezas por todo, estaba separado en cuatro corralillos. La distribución de peso era importante y tenían los más pesados adelante. Habían colocado fuertes redes por encima de los corralillos. Me contaron que esa medida era para prevenir el lanzamiento de los animales contra el cielo raso o las paredes en caso de un movimiento abrupto del avión. Había un asiento para pasajeros directamente atrás de la cabina; asumimos que era para nosotros; Diane y Natalie se sentaron. Yo fui hasta la puerta y miré hacia abajo.
La tripulación y demás representantes de la empresa quedaron a un lado del avión discutiendo y gesticulando ansiosamente. Me puse a pensar de que estaban hablando. Mi español era rudimentario en ese tiempo. El piloto vino hasta el pie de la escalera. “¿Cuánto pesan los animales?” me preguntó en inglés.
“32.674 libras (14.852 kilos.)” contesté.
“Sí, pero eso es el peso oficial, no? Desde hace tres días, no? Están comiendo y engordándose, no?”
“No,” le dije, aunque en realidad no estaba muy seguro, “eso no es correcto. Este ganado viene desde Canadá donde hace mucho frío. Tienen mucho pelo. Tienen tres días de estar encerrados en la estación de cuarentena, sudando en este clima tropical. Probablemente pesan menos ahora que tres días atrás cuando llegaron a Miami.
Me miró con duda en la cara, volvió donde el resto de la tripulación y la agitada discusión. Eventualmente uno de los hombres sacó una romana portátil de un pickup, la colocó frente una de las ruedas y remolcaron el avión unos centímetros hasta que la rueda quedó encima de la romana. Uno de ellos leyó el peso en la romana e hizo unos cálculos con un lápiz en un cuaderno – las calculadoras portátiles no se habían inventados aún – y después volvieron a la discusión. Al final pareció que todos quedaron de acuerdo. Dijeron sus adioses y la tripulación subió la escalera.
El piloto me miró con una expresión grave en la cara. “Si usted está equivocado,” me dijo seriamente, “todos vamos a morir.”
Mil pensamientos pasaron por mi mente: Talvez el ganado pesa más de lo que pensé. El viaje en el camión duró mucho. Talvez estaban vacíos cuando los pesaron inicialmente y ahora están llenos. Pero han sufrido mucho en este calor; tienen que pesar menos. ¿Qué pasará si pesan más? ¿De verdad va estrellarse el avión?
Llegamos a la pista asignada y, después de una corta espera, el piloto aumentó las revoluciones de los motores hasta el límite. El ruido de las propelas era tremendo. El piloto soltó los frenos. El avión tembló y empezó a moverse hacia adelante, la vibración aumentó de intensidad mientras rodamos sobre la pista. Rodamos y rodamos y luego rodamos más. Mi imaginación estaba fuera de control — ¿Qué sucede? ¿Vamos a despegar o vamos a estrellarnos al final de la pista? No, ellos no correrían ese riesgo. ¿O si lo correrían? — Las luces de advertencia del final de la pista pasaron la ventana en un instante. La vibración cambió de frecuencia. El chasis tembló. Estuvimos en el aire. Caímos de nuevo a la pista y nos rebotamos. ¡Ay… Dios mio! No debemos rebotarnos en la salida. — Otra vez despegamos y esta vez quedamos en el aire. El avión ascendió lentamente, pero estuvimos volando.
Diane recuerda el color fascinante casi como rosado hacia el éste donde se escondía el sol ya empezando a salir sobre el horizonte y hacia el oeste la noche negra, oscura, pintada con estrellas tintineando. El avión se inclinó hacia un lado, viró hacia la derecha y se enderezó sobre el mar, ya afuera de las luces brillantes de Miami. El navegador se levantó e indicó a Diane tomar su silla, la cual era más cómoda que la de ella. Él se acostó en el piso y rápidamente se quedó dormido.
Después de 30 minutos vimos otras luces abajo. “No hablamos por radio aquí,” dijo el piloto. Hizo una mueca de miedo e indicó hacia abajo, “¡Cuba! Si se dan cuenta que estamos aquí disparan.” Se rio a carcajadas. Hemos entendido que al piloto le gustaba bromear.
Fui hacia atrás para revisar el ganado. Estaba tranquilo pero caliente. La temperatura estaba alrededor de 35 grados y el aire muy húmedo. Diane quitó la ropa de Natalie hasta la ropa interior. Hablé con los pilotos. “¿Podría aumentar el aire acondicionado un poco?” les pregunté. “El ganado está bastante incómodo.”
“No hay aire acondicionado,” dijo el piloto, riéndose. “Pesa demasiado. Lo quitamos para meter más vacas.”
Pasamos el tiempo conversando, durmiendo por ratos, mirando por la ventana, y esperando que el tiempo pasara rápido. Después de cinco horas de no moverse, el navegador, de pronto, abrió los ojos, se puso de pie, se estiró e indicó que ocupaba su asiento. Ya estábamos sobre Costa Rica.
Si usted ha volado únicamente en aviones comerciales y cree que aterrizar es fácil, debe experimentar un aterrizaje sentado en la cabina de un DC 6 cargado con ganado. Mientras bajamos, la humedad se condensó hasta que cayeron gotas desde el cielo raso. El piloto y copiloto tuvieron que quitar la niebla del parabrisas con papel higiénico. Entre todos nos vacilamos diciendo que estaba lloviendo dentro del avión.
Una vez limpio el parabrisas que estaba empañado, los pilotos empezaron las preparaciones para el aterrizaje. Reconocí el procedimiento, pero no pude ver el lugar donde bajaría el avión. Después de unos minutos vi a la distancia una cinta negra, corta y angosta. –! No me diga que van a tratar de bajar el avión en esa cosa tan chiquitita — Al acercarnos, la cinta negra creció y eventualmente adquirió la apariencia de una pista de aterrizaje. Con cada soplada del viento el avión giró hacia un lado y al otro, y mi corazón casi se sale del pecho. Cuando por fin llegué a creer que tal vez sería posible aterrizar, el ganado se inquietó y empezó a moverse. El avión se inclinó primero hacia un lado y después al otro. Mi corazón volvió a mi pecho, pero cayó hasta el fondo de mi estómago.
Durante toda mi preocupación y estrés, la tripulación estaba totalmente tranquila. De alguna forma contrarrestaron cada soplada de viento y movimiento del ganado, mantuvieron el avión recto y al nivel, y bajaron hasta el suelo exactamente donde teníamos que estar. Tocamos la pista y rebotamos. El ganado cambió de posición. Rebotamos una segunda vez. La tercera vez quedamos en el suelo y rodamos hasta salir de la pista. Fuimos hasta el área de carga donde dos camiones estaban esperando. El navegador abrió las puertas. Habíamos llegado sanos y salvos al el Aeropuerto Internacional El Coco (hoy en día llamado Aeropuerto Internacional Juan Santa María)
Un cargador portando una manga de madera se acercó al DC 6 e hizo las maniobras hasta que un extremo de la manga quedó encima del piso del avión. Un camión en marcha atrás se acercó al otro extremo de la manga, y el cargador bajó hasta que quedó encima del cajón del camión. Empezamos a descargar el ganado. Ken estuvo ahí con sus socios ticos. Una vez que la mitad del ganado estaba cargado en el primer camión, el proceso fue repetido con el otro camión. Finalmente nos bajamos y fuimos para la aduana, la cual consistía en dos mesas y dos inspectores. Abrimos las maletas, recibimos el sello de visto bueno y salimos. Entre toda la confusión nadie nos llevó a migración, y salimos del portón de carga sin haber entrado oficialmente a Costa Rica. Como se pueden imaginar, esa falla nos causó un atraso considerable la primera vez que quisimos salir del país.
Fue a las 3:00 de la tarde cuando terminamos y lo único que quisimos hacer era dormir, pero no era posible. Llevaron el ganado a una finca donde se quedaría durante un par de semanas. Se tardaron un par de horas más para descargar los alimentarlos y acomodarlos. Luego fuimos a cenar con Ken y sus socios. Finalmente, alrededor de las 10:00 de la noche, fuimos a dormir.
Durante el tiempo que se tomó en vender el primer ganado, llegaron más de cinco aviones por todos. Antes de terminar mi contrato de cuatro meses con Ken, me ofrecieron trabajo con una empacadora de carne que tenía varias fincas ganaderas aproximadamente 10.000 cabezas de ganado. Trabajé en una finca grande por el Caribe a principios de los 70. Diane y Natalie vivían en San José y yo viajaba todas las semanas. Nuestro hijo Chris nació en 1972. Ese fue el mismo año cuando conocí Hacienda Barú, una finca ganadera que mi patrón tenía en arriendo para el engorde de ganado. En 1976 salí de la empresa y entré a trabajar en Hacienda Barú en la capacidad de gerente y socio. Durante las próximas décadas, la hacienda fue destinada a convertirse en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Hacienda Barú.
Cuando me preguntan si vine para acá de vacaciones y me quedé, siempre recuerdo ese primer vuelo a Costa Rica en el DC-6 lleno de ganado.