Cuento de Aleidy Mora Mitre.

Ciudad Nelly.

         Yo era feliz luciéndome en la camisa de mi amigo y de formar parte de su prenda preferida. En toda ocasión especial, solía ser la opción para llevarnos a fiestas, reuniones importantes, al trabajo, en fin, me sentía orgulloso de ser un Botón tan privilegiado.

         Resulta que el hilo color café del cual me sujetaba de la camisa, se fue desgastando con el pasar del tiempo, de modo que cada vez me era más difícil sostenerme de la glamurosa prenda. Al fin, un día nos llevaron a una súper fiesta de fin de año, hubo comida, postres, risas, alegría y baile. Nuestro dueño disfrutó tanto de moverse al ritmo de la música, que ¡zaz!, no soporté más y caí al suelo. Entre tanta gente, baile, y zapateos, fui perdiendo de vista a la camisa y fui a dar a un solitario rincón.

        Ahí me quedé, lleno de polvo en la esquina, sin ser visto por nadie, pues mi color era difícil de divisar. Cuando fue de día, pude observar que era una linda sala, desde donde estaba vi unas fotos y en una de ellas estaba mi amigo, con su linda camisa y por supuesto, yo luciéndome.

         Me sentí orgulloso de estar en la fotografía, lo que me hizo pensar que era la casa de algún familiar, entonces la esperanza de que él viniera a buscarme tomaba mucha fuerza. Pasaron días y meses, barrían, limpiaban la casa, pero no me sacaban de la esquinita donde había estado todo ese tiempo. 

        Poco a poco fui perdiendo la esperanza, siendo la tristeza mi compañía, la cual me recordaba que no había sido tan importante, puesto que nunca me fueron a buscar, el dueño de la camisa no volvió a esa casa. Mi desesperanza y tristeza, fueron ganando la batalla, cada vez estaba más desmotivado, ya ni miraba hacia la puerta, esperando a quién no llegaría jamás.

       Una tarde de verano, sentí que unas garritas me halaron fuerte y sacaron de la esquina donde me encontraba, de pronto me vi como trompo por toda la sala, iba de un lado para otro, tan rápido pasó todo que me era difícil mirar quien jugaba conmigo.

       Luego sentí una leve pisada sobre mí y alguien me recogió del piso, me puso en su mano suave y olorosa a perfume, que llenó todos mis sentidos de esperanza, ella me sujetó entre sus dedos, mientras le decía a una bella gata gris a rayas que se fuera a jugar con la pelota de lana. Agradecí a mi peluda amiga haberme sacado de mi confinamiento. Pude entonces mirar a una bella abuela, de cabellos color plata, de aspecto dulce y tierno, en pocas palabras mi salvadora. Me llevó enseguida a una cajita redonda de lata, de esas en que vienen galletas, la abrió y me colocó cuidadosamente en ella.

         En ese lugar encontré a otros botones de diversos colores y tamaños, todos me saludaron con especial cariño, al tiempo que me decían, ¿A ti también te olvidaron? Me asombró aquella frase, la cual me hizo pensar que no era el único que había pasado por mi situación, ser olvidados.

       Cada uno de ellos se presentó y me fueron contando sus historias, uno de los botones había sido parte de un lindo vestido de novia, otros del pantalón de un gran ejecutivo, de la blusa de una niña que feliz lo llevaba todos los días a la escuela en su uniforme siendo testigo de las más grandes aventuras y sueños, otro había pasado heladas noches en el saco de un mendigo que vivía en las calles sufriendo hambres y desprecios.

       Con atención escuché por días todas las emocionantes historias de mis nuevos amigos pero cada vez que sonaba la tapa de la caja de lata, sabíamos que uno de nosotros se iría, nadie tenía idea a donde, solo se lo llevaban y no regresaba más. Comentábamos, a veces asustados, extrañados y otras con alegría, pensando que seríamos utilizados de nuevo. Pensaba ¡Esperaré mi turno y sabré que pasa después!, en fin estoy mejor aquí que en la esquina de la sala.

          Una mañana estábamos muy ocupados escuchando a la abuelita cantando como lo hacía a diario, cuando se abrió la tapa y entre sus dedos fui sacado de mi casita, con mis ojos les decía adiós a mis amigos, quienes me sonreían gustosos de verme partir hacia una nueva misión. Cuando estuve fuera puede ver un cuarto de colores pastel, una máquina de coser, muchos hilos de colores, telas, agujas y en un estante varias muñecas y osos, y pude comprender que la ¡Abuelita hacía manualidades! Me sentí seguro y con la expectativa de qué haría conmigo.

         Me colocó sobre la mesa de trabajo, miré como rellenaba un osito, luego la vi cosiendo un hermoso traje de pantalón ancho y tirantes. De pronto me tomó y empezó a coserme en aquella prenda, en el centro de una camisa color verde brillante sobre un lazo color amarillo radiante. Ese día, fui el punto final de su creación, formaba parte del traje que vestiría a un elegante oso color café.

         Nos colocaron en una bolsa para regalo, escuchábamos donde ella iba caminando, subimos a un auto, una joven persona le preguntó -¿Abuelita, a dónde vamos hoy?, ella le dio la dirección y partimos, pronto llegamos a nuestro destino, casi al instante de llegar sentí que nos agitaban fuerte, luego vino un apapacho, escuchaba risas, además sentí un corazón que latía como a mil por hora.

      En aquel momento, oso y yo nos vimos en una humilde cama en la que se encontraba una niña de cabellos revueltos, sonrisa grande, con ojos llenos de chispa y brillantes, ella no dejaba de mirarnos, al tiempo que decía: ¡Te llamaré, Abu!, como la abuelita del barrio que siempre nos llena de alegría con sus regalos, ella los hace con sus manos y su gran amor.

     Un silencio inundó mi ser, sabía que esa era mi misión, ser parte de la vida de alguien que nos cuidaría con mucho cariño. Me sentí muy feliz por mí y por todos, sabiendo que mis amigos, los otros botones, serán parte de esos bellos juguetes salidos de las manos de la abuela que ve en los olvidados la oportunidad de hacer algo hermoso.

     De este cuento, han pasado tres generaciones, mi primera dueña me regaló a su hija, su hija a su hija, sigo en la camisa del Osito, me he caído, me han levantado y vuelto a coser en el centro de aquel lazo amarillo brillante. Soy feliz, ¡YO, el botón!

FIN

¡Yo! el botón (Cuento)

26 enero, 2020 5:09 pm

Cuento de Aleidy Mora Mitre.

Ciudad Nelly.

         Yo era feliz luciéndome en la camisa de mi amigo y de formar parte de su prenda preferida. En toda ocasión especial, solía ser la opción para llevarnos a fiestas, reuniones importantes, al trabajo, en fin, me sentía orgulloso de ser un Botón tan privilegiado.

         Resulta que el hilo color café del cual me sujetaba de la camisa, se fue desgastando con el pasar del tiempo, de modo que cada vez me era más difícil sostenerme de la glamurosa prenda. Al fin, un día nos llevaron a una súper fiesta de fin de año, hubo comida, postres, risas, alegría y baile. Nuestro dueño disfrutó tanto de moverse al ritmo de la música, que ¡zaz!, no soporté más y caí al suelo. Entre tanta gente, baile, y zapateos, fui perdiendo de vista a la camisa y fui a dar a un solitario rincón.

        Ahí me quedé, lleno de polvo en la esquina, sin ser visto por nadie, pues mi color era difícil de divisar. Cuando fue de día, pude observar que era una linda sala, desde donde estaba vi unas fotos y en una de ellas estaba mi amigo, con su linda camisa y por supuesto, yo luciéndome.

         Me sentí orgulloso de estar en la fotografía, lo que me hizo pensar que era la casa de algún familiar, entonces la esperanza de que él viniera a buscarme tomaba mucha fuerza. Pasaron días y meses, barrían, limpiaban la casa, pero no me sacaban de la esquinita donde había estado todo ese tiempo. 

        Poco a poco fui perdiendo la esperanza, siendo la tristeza mi compañía, la cual me recordaba que no había sido tan importante, puesto que nunca me fueron a buscar, el dueño de la camisa no volvió a esa casa. Mi desesperanza y tristeza, fueron ganando la batalla, cada vez estaba más desmotivado, ya ni miraba hacia la puerta, esperando a quién no llegaría jamás.

       Una tarde de verano, sentí que unas garritas me halaron fuerte y sacaron de la esquina donde me encontraba, de pronto me vi como trompo por toda la sala, iba de un lado para otro, tan rápido pasó todo que me era difícil mirar quien jugaba conmigo.

       Luego sentí una leve pisada sobre mí y alguien me recogió del piso, me puso en su mano suave y olorosa a perfume, que llenó todos mis sentidos de esperanza, ella me sujetó entre sus dedos, mientras le decía a una bella gata gris a rayas que se fuera a jugar con la pelota de lana. Agradecí a mi peluda amiga haberme sacado de mi confinamiento. Pude entonces mirar a una bella abuela, de cabellos color plata, de aspecto dulce y tierno, en pocas palabras mi salvadora. Me llevó enseguida a una cajita redonda de lata, de esas en que vienen galletas, la abrió y me colocó cuidadosamente en ella.

         En ese lugar encontré a otros botones de diversos colores y tamaños, todos me saludaron con especial cariño, al tiempo que me decían, ¿A ti también te olvidaron? Me asombró aquella frase, la cual me hizo pensar que no era el único que había pasado por mi situación, ser olvidados.

       Cada uno de ellos se presentó y me fueron contando sus historias, uno de los botones había sido parte de un lindo vestido de novia, otros del pantalón de un gran ejecutivo, de la blusa de una niña que feliz lo llevaba todos los días a la escuela en su uniforme siendo testigo de las más grandes aventuras y sueños, otro había pasado heladas noches en el saco de un mendigo que vivía en las calles sufriendo hambres y desprecios.

       Con atención escuché por días todas las emocionantes historias de mis nuevos amigos pero cada vez que sonaba la tapa de la caja de lata, sabíamos que uno de nosotros se iría, nadie tenía idea a donde, solo se lo llevaban y no regresaba más. Comentábamos, a veces asustados, extrañados y otras con alegría, pensando que seríamos utilizados de nuevo. Pensaba ¡Esperaré mi turno y sabré que pasa después!, en fin estoy mejor aquí que en la esquina de la sala.

          Una mañana estábamos muy ocupados escuchando a la abuelita cantando como lo hacía a diario, cuando se abrió la tapa y entre sus dedos fui sacado de mi casita, con mis ojos les decía adiós a mis amigos, quienes me sonreían gustosos de verme partir hacia una nueva misión. Cuando estuve fuera puede ver un cuarto de colores pastel, una máquina de coser, muchos hilos de colores, telas, agujas y en un estante varias muñecas y osos, y pude comprender que la ¡Abuelita hacía manualidades! Me sentí seguro y con la expectativa de qué haría conmigo.

         Me colocó sobre la mesa de trabajo, miré como rellenaba un osito, luego la vi cosiendo un hermoso traje de pantalón ancho y tirantes. De pronto me tomó y empezó a coserme en aquella prenda, en el centro de una camisa color verde brillante sobre un lazo color amarillo radiante. Ese día, fui el punto final de su creación, formaba parte del traje que vestiría a un elegante oso color café.

         Nos colocaron en una bolsa para regalo, escuchábamos donde ella iba caminando, subimos a un auto, una joven persona le preguntó -¿Abuelita, a dónde vamos hoy?, ella le dio la dirección y partimos, pronto llegamos a nuestro destino, casi al instante de llegar sentí que nos agitaban fuerte, luego vino un apapacho, escuchaba risas, además sentí un corazón que latía como a mil por hora.

      En aquel momento, oso y yo nos vimos en una humilde cama en la que se encontraba una niña de cabellos revueltos, sonrisa grande, con ojos llenos de chispa y brillantes, ella no dejaba de mirarnos, al tiempo que decía: ¡Te llamaré, Abu!, como la abuelita del barrio que siempre nos llena de alegría con sus regalos, ella los hace con sus manos y su gran amor.

     Un silencio inundó mi ser, sabía que esa era mi misión, ser parte de la vida de alguien que nos cuidaría con mucho cariño. Me sentí muy feliz por mí y por todos, sabiendo que mis amigos, los otros botones, serán parte de esos bellos juguetes salidos de las manos de la abuela que ve en los olvidados la oportunidad de hacer algo hermoso.

     De este cuento, han pasado tres generaciones, mi primera dueña me regaló a su hija, su hija a su hija, sigo en la camisa del Osito, me he caído, me han levantado y vuelto a coser en el centro de aquel lazo amarillo brillante. Soy feliz, ¡YO, el botón!

FIN

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