Autor: Luis Enrique Arce Navarro.

Educador y Escritor Generaleño. Premio Nacional en Educación

Este asunto pudo haber sucedido en cualquier lugar del mundo. Hoy día a este doctor se lo ve larguirucho encima de su esqueleto. Parece bien por fuera, sin embargo adentro de su conciencia lleva a dos personas que mató contra la Carretera Interamericana, un accidente suyo de juventud, jolgorio y borrachera. 

Montó en su wocho. Aceleró hasta el fondo, apenas faltaban 15 minutos para llegar al hospital donde  trabajaba. Ellas dos (Míriam y Elsa) caminaban tranquilas hacia el trabajo en el mismo hospital. Míriam y Elsa entre bromas y risas se fueron yendo cuando el bumper y las piedras del lastre chocaron sus cuerpos, ahora muertos. El wocho quedó llantas arriba. Él se alejó agazapado hacia su casa donde terminó la borrachera. ¿Quién lo justificó?

—Las mató y qué 

—Ni siquiera puso un zapato en la acera del edificio carcelario. 

— ¡Cómo se le ocurre que no pagó por su culpa! —Lo juro por mi mamita que no… 

—Después fue diputado y el pueblo votó por él. 

—Sí,  fíjate qué memoria más corta tiene el pueblo. 

—¡Quien lo ve tan orondo en su consultorio y su farmacia de ahora! —Y las dos muerticas en el cementerio. 

—¡Asombra la ley cuando no cumple como debe hacerlo!

El ronquido del frenazo aún ruge en los ecos del tiempo.

El fantasma del doctor y su wocho. 

Parece ser que el fantasma del doctor aparece en horas de la madrugada, ahí mismo donde con el wocho mató a Míriam y a Elsa, las dos enfermeras del hospital. Si logran verlo, fíjense bien: lleva un batón blanco que lo cubre como sotana. Ahí mismo donde murieron ellas, se lo puede ver de pie como el Cristo del Pan de Azúcar de Brasil: manos largas extendidas, como rogando a la carretera que las resucite. Después de permanecer un considerable rato —tal vez una hora— en el sitio del atropello mortal, se dirige al mal llamado Palacio Municipal, donde reyes son algunos políticos dudosos. Sube las gradas hacia segunda planta y se sienta en el balcón, como si ahí penara lo que a la ley debe. Espera que sean las cuatro de la mañana y desaparece como por arte de la evaporación. Algunos —no creo que sean tan mentirosos— dicen que es absorbido por la altura de las sombras de la noche hasta perderse de la vista humana. Otros afirman y se atreven a probar que lo chupa un hoyo negro espacial, que ese hoyo lo arroja al día siguiente para que aparezca igual cada noche. Si por casualidad lo ven, favor tomarle fotos con el celular para hacerlas circular en redes sociales.

Literatura Regional: Doctor al volante

3 abril, 2020 8:57 pm

Autor: Luis Enrique Arce Navarro.

Educador y Escritor Generaleño. Premio Nacional en Educación

Este asunto pudo haber sucedido en cualquier lugar del mundo. Hoy día a este doctor se lo ve larguirucho encima de su esqueleto. Parece bien por fuera, sin embargo adentro de su conciencia lleva a dos personas que mató contra la Carretera Interamericana, un accidente suyo de juventud, jolgorio y borrachera. 

Montó en su wocho. Aceleró hasta el fondo, apenas faltaban 15 minutos para llegar al hospital donde  trabajaba. Ellas dos (Míriam y Elsa) caminaban tranquilas hacia el trabajo en el mismo hospital. Míriam y Elsa entre bromas y risas se fueron yendo cuando el bumper y las piedras del lastre chocaron sus cuerpos, ahora muertos. El wocho quedó llantas arriba. Él se alejó agazapado hacia su casa donde terminó la borrachera. ¿Quién lo justificó?

—Las mató y qué 

—Ni siquiera puso un zapato en la acera del edificio carcelario. 

— ¡Cómo se le ocurre que no pagó por su culpa! —Lo juro por mi mamita que no… 

—Después fue diputado y el pueblo votó por él. 

—Sí,  fíjate qué memoria más corta tiene el pueblo. 

—¡Quien lo ve tan orondo en su consultorio y su farmacia de ahora! —Y las dos muerticas en el cementerio. 

—¡Asombra la ley cuando no cumple como debe hacerlo!

El ronquido del frenazo aún ruge en los ecos del tiempo.

El fantasma del doctor y su wocho. 

Parece ser que el fantasma del doctor aparece en horas de la madrugada, ahí mismo donde con el wocho mató a Míriam y a Elsa, las dos enfermeras del hospital. Si logran verlo, fíjense bien: lleva un batón blanco que lo cubre como sotana. Ahí mismo donde murieron ellas, se lo puede ver de pie como el Cristo del Pan de Azúcar de Brasil: manos largas extendidas, como rogando a la carretera que las resucite. Después de permanecer un considerable rato —tal vez una hora— en el sitio del atropello mortal, se dirige al mal llamado Palacio Municipal, donde reyes son algunos políticos dudosos. Sube las gradas hacia segunda planta y se sienta en el balcón, como si ahí penara lo que a la ley debe. Espera que sean las cuatro de la mañana y desaparece como por arte de la evaporación. Algunos —no creo que sean tan mentirosos— dicen que es absorbido por la altura de las sombras de la noche hasta perderse de la vista humana. Otros afirman y se atreven a probar que lo chupa un hoyo negro espacial, que ese hoyo lo arroja al día siguiente para que aparezca igual cada noche. Si por casualidad lo ven, favor tomarle fotos con el celular para hacerlas circular en redes sociales.